miércoles, 13 de abril de 2011

La sombra del árbol






Árbol hermano, que clavado 

por garfios pardos en el suelo, 

la clara frente has elevado 
en una intensa sed de cielo; 

hazme piadoso hacia la escoria 
de cuyos limos me mantengo, 
sin que se duerma la memoria 
del país azul de donde vengo. 

Árbol que anuncias al viandante 
la suavidad de tu presencia 
con tu amplia sombra refrescante 
y con el nimbo de tu esencia: 

haz que revele mi presencia, 
en las praderas de la vida, 
mi suave y cálida influencia 
de criatura bendecida. 

Árbol diez veces productor: 
el de la poma sonrosada, 
el del madero constructor, 
el de la brisa perfumada, 
el del follaje amparador; 

el de las gomas suavizantes 
y las resinas milagrosas, 
pleno de brazos agobiantes 
y de gargantas melodiosas: 

hazme en el dar un opulento 
¡para igualarte en lo fecundo, 
el corazón y el pensamiento 
se me hagan vastos como el mundo! 

Y todas las actividades 
no lleguen nunca a fatigarme: 
¡las magnas prodigalidades 
salgan de mí sin agotarme! 

Árbol donde es tan sosegada 
la pulsación del existir, 
y ves mis fuerzas la agitada 
fiebre del mundo consumir: 

hazme sereno, hazme sereno, 
de la viril serenidad 
que dio a los mármoles helenos 
su soplo de divinidad. 

Árbol que no eres otra cosa 
que dulce entraña de mujer, 
pues cada rama mece airosa 
en cada leve nido un ser: 

dame un follaje vasto y denso, 
tanto como han de precisar 
los que en el bosque humano, inmenso, 
rama no hallaron para hogar. 

Árbol que donde quiera aliente 
tu cuerpo lleno de vigor, 
levantarás eternamente 
el mismo gesto amparador: 

haz que a través de todo estado 
?niñez, vejez, placer, dolor? 
levante mi alma un invariado 
y universal gesto de amor!


























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